Antes de la guerra de la independencia, las láminas de estaño importadas de Inglaterra fueron utilizadas por personas que trabajan en casa y las convertían en platos, vasos y candelabros. Estos artesanos compartieron técnicas de producción uno con el otro, y produjeron de manera colectiva suficientes productos para dar lugar a un sistema de distribución conocido como “Yankee” o vendedores ambulantes.
Con el tiempo, el negocio del estaño creó las bases para una economía de fabricación. La generación de ideas era contagiosa, como las capacidades de producción que se mejoraban y daban lugar a la creación de nuevas empresas. El Silicon Valley de aquella era industrial fue el nordeste de los Estados Unidos. Un experto en patentes, llamado James Shepard, determinó que en 1899, Nueva Bretaña en Connecticut, estaba en “la cabeza del mundo inventivo”, en términos de patentes expedidas por habitante.
Eso fue hace 115 años. Pero algo similar está en marcha en la actualidad.
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